Thursday, March 24, 2011

JUSTICIA SOCIAL


  • NO HAY DERECHO MAS HUMANO QUE LA JUSTICIA SOCIAL   24 de marzo de 2011     En general, cuando llega esta fecha, se habla de las virtudes de una generación altruista que fue duramente reprimida y masacrada. Se le confiere a esa generación la suma de los va...lores positivos y esto funciona como mecanismo social movilizador de la militancia política. Pero esa idealización es una mochila muy pesada de cargar  porque  deshumaniza a quienes comprometidos con el cambio total de estructuras metieron sus pies en el barro de la política.   Para esta manera de ver las cosas, quienes tuvieron participación activa hace cuatro décadas, enrolados en organizaciones y agrupaciones revolucionarias, entregaron su potencial de energía solidaria sin otro fin que hacer el bien y trabajar por los pobres. Poco se habla, por lo general,  de que tenían una visión vinculada al país soberano, igualitario y federal que oponían con apasionamiento al país dependiente, injusto y centralista. Y se omite también algo que sin duda fue muy osado: que aspiraban a conducir al país pese a su juventud.   La opción por los pobres –que dicho así parece una frase bastante inocua- estuvo al inicio de aquella gesta, alentada por sacerdotes como los emblemáticos Camilo Torres y Carlos Mujica. Pero esa opción por los pobres  incluía aspectos que venían de las luchas por la liberación nacional de otros pueblos y también del nuestro. El peronismo, la revolución cubana y el sueño de la Patria Grande Latinoamericana estuvieron en el ADN de aquella militancia,  lo mismo que la guerra anticolonial argelina, el panarabismo de Nasser y la derrota yanqui en Vietnam.   La lectura de los intelectuales nacionales en boga en ese momento y el diálogo con los viejos peronistas nos permitió comprender el sentido de la resistencia al coloniaje del indio, del gaucho y de las montoneras, de la obra de Evita y de Perón, de los bombardeos a Plaza de Mayo, de los fusilamientos posteriores al golpe del General Valle  y del heroísmo de los revolucionarios que regaron con su sangre el suelo sudamericano.   En aquellos años, los 60 y los 70, una buena parte de la generación política activa, arribó a la conclusión de que el poder era lo que realmente había que disputar y de que la paz era una hermosa flor que nacía de la lucha popular. Dijeron “no tenemos derecho a permanecer indiferentes ante la proscripción del peronismo y  la dictadura de Lanusse tiene que chocar con la resistencia popular como antes las de Aramburu y Onganía”.  Con ese razonamiento, aquella generación entró en la historia y fue hasta las últimas consecuencias. Sacrificó  hasta su propia vida cuando se instauró a sangre y fuego la dictadura, en marzo de 1976, con su plan de destrucción del capital social del pueblo argentino y  de las conquistas del movimiento obrero  para imponer la extranjerización de la economía y el endeudamiento del país.   Todo esto, que hoy a la distancia puede ser fríamente analizado, estuvo en el origen de los crímenes cometidos contra quienes todos los años homenajeamos cuando se acerca la fecha del 24 de marzo. Desde esta perspectiva se verá, entonces, que buena parte de los desaparecidos y muertos eran beligerantes en un enfrentamiento –por períodos cruento- que empezó en el siglo XIX, que nunca tuvo armisticio, ni pacto de finiquitud, cuyas causas aún se mantienen vigente en la lucha de dos modelos de país antagónicos y en la ausencia de proyecto nacional compartido.    Este punto vincula el homenaje a los héroes del pasado con el presente y también con el futuro, porque de lo que se trata -hoy como ayer- es de encontrar una gran síntesis nacional sobre el perfil de país y su organización social y política, con la mira siempre puesta en incluir definitivamente a los condenados a la miseria y la exclusión. A esto, es imperioso sumarle la problemática de la afectación de la biodiversidad y del despojo de los bienes naturales comunes que nos trae el modelo mundial de crecimiento insustentable y el consumismo.    La movilización que se está manifestando en los últimos meses en todo el país de comunidades desplazadas, de ciudadanos sin techo, de  jóvenes trabajadores precarizados, de estudiantes y de desocupados, debe gestar soluciones serias y alternativas al neoliberalismo que sean viables. Las viejas recetas con que los movimientos populares proponían el cambio, el mundo de hoy las ha puesto obsoletas.   La juventud es uno de los pilares para la transformación y la construcción de un nuevo país. Un país con justicia social, con diversidad cultural, con pluralismo político y con responsabilidad ecológica. Un país con una democracia colectiva, más directa y  participativa, que termine con el monopolio de representación de la clase política y deje de estar al servicio de las élites dominantes y de las corporaciones.   Hoy, por suerte, esa construcción es posible hacerla en paz y exige -como toda gran empresa- una gran cuota de participación política crítica, de estudio y de compromiso. Las armas para derrotar las relaciones injustas no están dadas por la violencia física sino por las convicciones derivadas de un pensamiento transformador. En los últimos tiempos, se han producido avances que no han modificado la matriz  generadora de la violencia intrínseca en las condiciones indignas de los trabajadores en negro, de los desplazados por la frontera agroindustrial, del núcleo duro de la desocupación, de los jóvenes que todavía no se han integrado a un mundo social con expectativas, de la inserción valorada de nuestros adultos mayores, etc.    Es necesario poner  arriba de la mesa las cosas realmente importantes, debatirlas e intentar un gran consenso nacional para institucionalizar en la Argentina la justicia social entre sus habitantes, la armonía entre estos y su entorno natural y la solidaridad entre el presente y el futuro.  Recordar aquella militancia y rescatar de ella sus mayores virtudes implica re crear dos dimensiones inseparables. Una, el desarrollo del pensamiento crítico en torno a las alternativas socioeconómicas, y otra, la mística que emana de entender que el cambio de estructuras es posible.    Reconocemos la voluntad política, sustentada en la madurez y el grado de acuerdo de la sociedad argentina, que permite el juzgamiento de los delitos cometidos contra los derechos humanos por la última dictadura militar, sin olvidarnos que fueron cometidos con la complicidad de sectores civiles, económicos y financieros, claros  beneficiarios de aquel proceso.   Homenajeamos, entonces, a militantes políticos, que lo hacían cada uno desde algún lugar concreto y desde una identidad política concreta. Unos en los sindicatos, otros en agrupaciones y partidos políticos y otros desde organizaciones armadas. Se adeuda la restitución a cada caído de su identidad política: al delegado obrero reivindicarlo como tal, a los peronistas y montoneros como tales y a los que militaban en otros partidos como tales. No hacerlo es una concesión que ellos no merecen, porque  estamos haciendo desaparecer la parte de sus vidas que más irrita al poder que cuestionamos.    En nuestra opinión este sería el mayor homenaje que podríamos hacerle a los compañeros que hoy, aunque ausentes, siguen acompañándonos.    Sergio Baldini , Ennrique Corín, Alberto Cortés, Eduardo Campos, Jorge Falcone, Rubén Famá, Juan Carlos Ferrari, José Luis de Francisco, David Lanuscou, Ivonne Larrieu, Sergio López, Cristina Maciejowskij, María Antonia Muñoz, Alberto Mario Muñoz Mario, Ricardo Morales, Horacio Poggi, José Rey, Pedro Sañudo.  

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